Seguramente, cada vez que prendes la tele, escuchas la radio o navegas por las redes la mayoría de las noticias, de las imágenes y de las voces que circulan por los medios de comunicación hablan del nuevo coronavirus (COVID-19). Sin dudas, estar informad@s sobre la situación de la pandemia es fundamental, pero:
Qué información circula? ¿Qué dicen los medios sobre el coronavirus? ¿Toda la información a la que accedes es relevante? ¿Se chequean los datos antes de ser compartidos? ¿Qué grupos sociales y personas aparecen representadas en las noticias? ¿Qué imágenes se muestran? La información sobre la pandemia ¿Te saca las dudas o te genera otras?
Para pensar sobre estas cuestiones te compartimos el siguiente material que elaboramos desde el Observatorio Joven del Programa Medios en la Escuela. En las siguientes páginas vasa encontrar muchas ideas para reflexionar sobre el tema y también distintas actividades para repensar la importancia del rol de los medios a la hora de informarte sobre el coronavirus.
Hace más de quince años, iniciamos con unos amigos una humilde publicación, un pequeño suplemento de política, en el interior de una revista más amplia, la cual decidimos titular: “Pueblo Mundo: notas de política y cultura”. El nombre era un homenaje a Juan Bautista Alberdi, quien había creado ese concepto para referirse a una hipotética sociedad internacional, que podría consolidarse en el futuro, si triunfaran las fuerzas tendientes a construir una unión fraternal de carácter global.
En dicho “Pueblo Mundo”, para el tucumano, la Guerra sería un crimen, y el respeto por la vida del hombre y el género humano, el más alto término de la civilización política. A partir de ese escenario, Alberdi pensó en la construcción de un derecho internacional solidario, la problematización de la soberanía absoluta de los estados, el sistema americano, la condena y abolición de los conflictos, etc.
Figura central de la Generación del ´37, Alberdi representa cabalmente el espíritu de esa generación que buscó pensar, analizar y estudiar la realidad social argentina y mundial, observando las formas de institucionalizar un orden político democrático, en contextos de guerras, tiranías, conflictos civiles y violencia. Sus estudios abarcan temáticas vinculadas a la filosofía política, la ética, la historia, el derecho constitucional, la diplomacia, hasta las corrientes económicas de su tiempo. Poseía un pensamiento complejo y amplio, que dialogaba con el exilio, desde los márgenes del poder, y también desde la ausencia. Ideario, pensamiento, pero por sobre todo “diagnosis político-social” pensada para proyectar soluciones a los grandes problemas de su tiempo, se complementó en Alberdi con trabajos de clara raíz prospectiva.
En el “Pueblo Mundo” de Alberdi, el núcleo de su argumentación estaba cifrado en poder quebrar “los aislamientos” que impiden el devenir de la unidad humana, observando que los intereses y necesidades de la civilización en su conjunto, nos obligan a afrontar los problemas comunes, desde soluciones y propuestas también comunes. Así se alcanzaría una verdadera “comunidad internacional”, con fuerzas permanentes que trabajen en su organización y fortalecimiento, en función de un estado global, muy complejo y vasto, como la propia humanidad. Una especie de “confederación de miembros iguales”, con igualdad jurídica, una confederación del género humano, donde la pasión y el egoísmo nacionales darían lugar a la unidad necesaria para los tiempos de crisis y guerras.
Para el gran constitucionalista argentino, todo este cuadro no era sólo una figura poética y simbólica, sino que, como “hecho natural”, debían observarse a las naciones como partes de un todo orgánico, embrionario, en formación, aún no definido, pero inexorablemente en gestación, por imperio de la propia ley evolutiva. Para Alberdi, el hombre debía perseguir el bien impersonal, para poder trascender al individuo “en un orden universal”, absoluto, de la misma manera que trascendemos nuestra esfera individual al vivir en comunidades, ciudades y pueblos, donde no perdemos la independencia por respaldar una escala global.
Todas estas ideas, concentradas y suntuosas, parecen apotegmas de una pedagogía apartada de la praxis, una teoría lejana del campo político. Pero recordemos las palabras de Canal Feijó, uno de los máximos estudiosos del pensamiento alberdiano, quien apuntaba que “en ningún otro pensador americano, habría acertado como él, en colocar la idea tan cerca de la acción.”
En momentos como los actuales, cuando vemos que diversas naciones del mundo -incluso algunas de las más desarrolladas- respondieron a la pandemia del Covid-19 de manera poco coordinada, en muchos casos de manera aislada y egoísta, es buenos repasar las palabras de Alberdi, sus ideas y propuestas.
Más aún, cuando el escenario que veamos luego de esta crisis global, nos obligue a dar respuestas comunes, a una amenaza que, ya sea por el miedo o por la angustia que nos provoca, al menos por un tiempo, nos hace sentir miembros de la misma comunidad, conciudadanos del mismo Pueblo.
(Una flor para Georges Floyd: “I can’t breathe”, fueron las últimas palabras pronunciadas por Georges Floyd, afro-americano, 46 años, padre de familia, el 25 de mayo 2020 en Minneapolis, Minnesota USA, mientras un policía blanco aplastaba con una rodilla su cabeza contra el suelo. Georges no portaba armas ni había ofrecido resistencia a su detención)
Por Juan Emilio Sala Investigador del CONICET. Trabaja en sistemas socio-ecológicos costero-marinos, ecología política y filosofía de la conservación.
Me desperté a las 5 de la madrugada y ya no pude
seguir durmiendo. Una idea incómoda se metió en mi cabeza y comenzó a
molestarme, cual tábano socrático. Una vez más, desde el inicio de la
cuarentena, mi descanso nocturno se vio interrumpido.
Desde el mismo momento en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó la pandemia producto del avance global de las infecciones humanas por parte del virus SARS-CoV-2, un tipo de coronavirus altamente contagioso, la retórica mundial ha desplegado una metáfora belicista, haciéndola hegemónica. Estamos en “guerra”, a nivel planetario, contra un “enemigo invisible”, repiten una y otra vez. Esta idea me generó -y sigue generando- un fuerte rechazo desde el principio, ya que como sabemos la elección y el uso de metáforas crea realidades, debido al carácter performativo del lenguaje. ¿Qué podemos decir de la metáfora maquínica, tan moderna, para explicar lo vivo? ¿De verdad necesitamos “crear” una situación de guerra para declarar, explícita o implícitamente, el estado de excepción y hacer frente a un virus? ¿Qué nos dice esto de nosotros como especie? Como ecólogo sistémico y dialéctico, profundamente comprometido con el pensamiento crítico-filosófico y la acción militante en los territorios, me niego a aceptar que un virus sea equiparado a un ejercito (microscópico) y a la humanidad toda como el “bando” contrario. Algunas de mis razones las esbozaré más abajo. Pero esa madrugada las lecturas de cuarentena, de los más diversos pensadores, cristalizaron como un mazazo en mi cuerpo-mente.
Figura 1. Síntesis gráfica de la crisis civilizatoria que estamos atravesando. Muro intervenido de las calles de la Ciudad de Buenos Aires, trabajo infantil y un árbol decapitado.
El coronavirus como espejo: ¿Nuestro enemigo
o el mejor de nuestros aliados?
La metáfora belicista fue prolija y sistémicamente instalada en el sentido común colectivo y hoy parece imposible correrse de allí. Por esto es que no nos resulta extraño reconocer que “existe” algo parecido a una serie de “frentes de batalla” de orden planetario. En este sentido, lo sería el esfuerzo inclaudicable que los y las profesionales de la salud vienen realizando en hospitales sobrepasados, con carencias de todo tipo (desde insumos, camas y respiradores artificiales hasta la falta de personal), contagiándose y obligados a lidiar con la inhumana decisión de hacer vivir o dejar morir a los pacientes más graves, producto de dichas carencias. Puede pensarse como un “frente de batalla” lo que experimenta cada uno de los trabajadores y trabajadoras que se exponen al virus en los comercios, el transporte, la recolección de residuos y demás servicios públicos esenciales. También en el cuerpo de cada uno de nuestros adultos mayores aislados y de los ciudadanos sistemáticamente vulnerados por políticas excluyentes, que habitan los barrios populares precarizados o directamente en situación de calle. Ese 50% de la población del Sur Global que subsiste gracias al trabajo informal -o no registrado-, para los que la opción es morir a causa del virus o morir de hambre. Sin dudas existen “frentes de batalla” en los hogares con violencia y abusos o en las familias numerosas encerradas en un solo cuarto de escasos metros cuadrados sin agua potable. Y así podríamos seguir. Pero en verdad, ¿cuántos de estos “frentes de batalla” son preexistentes a la pandemia y ahora sólo se vieron exacerbados? Además, bajo estas coordenadas de análisis, nos encontramos librando una “guerra no convencional”, en la cual no se triunfa mediante el uso de armas de destrucción masiva sino a partir de cuidados, del apoyo mutuo y la cooperación. ¿Qué extraña guerra, no? Por esto es que, entre otras razones, no estamos en guerra. Estamos ante un espejo. El virus como espejo que nos refleja nuestras penurias existenciales. La profunda crisis existencial, afectiva y metafísica que estamos atravesando y que precede a la ecológico-climática. Aquellas crisis sinergizadas que como especie no sólo no supimos todavía revertir sino que nos encargamos de reproducir. Así, el virus auto-coronado cual Napoleón, avanza de forma imperial a la conquista del mundo, sin discriminar territorios geográficos ni clases sociales en su capacidad de contagio, aunque sí en su capacidad de daño. Esa idea incómoda que me quitó el sueño y me empujó escribir estas líneas estaba formulada en forma de pregunta: ¿Y si el coronavirus, lejos de ser nuestro “enemigo”, se constituye en el mejor de nuestros “aliados”? Tal como sugirió recientemente Boaventura De Sousa Santos (2020), este virus -y la pandemia que desató- presenta una crueldad pedagógica superlativa, ya que a partir del dolor generado -y el que seguirá generando- a nivel global, también nos invita, como humanidad, a re-pensar y re-crear nuestras formas de ser-y-estar en el mundo.
Según la Real Academia Española, el vocablo «pandemia» procede del
griego πανδημία, de παν (pan, todo) y de δήμος (demos, pueblo), expresión que significa “reunión de todo un pueblo”. Interesante forma
de mirar lo que estamos viviendo, ¿no?. La pandemia como reunión humana de
escala planetaria para reformular su existencia. Parar. Sentir-pensar. Recrear.
Pero, ¿por qué el virus como espejo de la humanidad? Al día de hoy, existe un debate interdisciplinario abierto sobre el estatus ontológico de los virus, respecto si se los considera seres vivos o no. El Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano de los Estados Unidos (NHGRI, por sus sigla en inglés) describe a los virus como agentes, patogénicos o no, “cerca del límite entre lo vivo y lo no vivo” (ver López-Guerrero 2018). Esto se debe a que no pueden funcionar, metabólicamente, sin interactuar con una célula viva u hospedadora. Por sí solos son esencialmente inertes, incapaces de moverse o multiplicarse. Los seres humanos occidentales modernos, esmerilados mediante la potente tríada indisoluble de dominación compuesta entre capitalismo, colonialismo y patriarcado (De Sousa Santos 2020), se encuentran ya hace muchos años en un estado similar al de los virus, ni plenamente vivos ni absolutamente muertos: zombies. Es por esta razón que el grupo de pensadores anarquistas franceses conocido como Comité Invisible sostiene que la degradación de la biosfera, resguardo y medio de vida de humanos y demás seres vivos que integran el planeta, se debe más a nuestra ausencia que a nuestra presencia en el mundo:
“El agotamiento de los recursos naturales está probablemente bastante menos avanzado que el agotamiento de los recursos subjetivos, de los recursos vitales, que afecta a nuestros contemporáneos. Si tanto se complacen detallando la devastación del ambiente, es también para velar la aterradora ruina de las interioridades. Cada derrame de petróleo, cada llanura estéril y cada extinción de una especie es una imagen de nuestras almas harapientas, un reflejo de nuestra ausencia en el mundo, de nuestra íntima impotencia para habitarlo.” (Comité Invisible 2015, p. 27). Así es como el coronavirus nos permite reflejar nuestra existencia en crisis. Entonces, lo que habita el mundo y lo destruye no son los humanos sino los zombies de una sociedad moderna humanista nunca consumada (¿libertad, igualdad y fraternidad?), tal como sugiere hace muchos años Bruno Latour (2012 [1991]). “Vivimos la resaca de una orgía en la que nunca participamos”, reza un muro en la Ciudad de Buenos Aires mientras dos niños caminan por enfrente con su carro de recolección (Figura 1). ¿Y qué nos permite ver el coronavirus?
Figura 2. Imágenes del tipo Gestalt. El término Gestalt proviene del alemán y puede traducirse como “forma”, “configuración” o “estructura”. Según la escuela de pensamiento homónima, la mente configura los elementos que llegan a ella a través de los canales sensoriales (percepción) o de la memoria (pensamiento, inteligencia y resolución de problemas). ¿Están fijas o se mueven? La percepción sensorial nos puede jugar una mala pasada. Lo real y la realidad quedan así distinguidos.
El Rey Desnudo: La diferencia entre lo real y la realidad Una cuestión central a la filosofía, desde la Antigua Grecia hasta la actualidad, es la diferencia entre “lo real” y “la realidad”. Dependiendo de los pensadores o las escuelas de pensamiento que analicemos encontraremos diferencias, pero siempre -o casi siempre- se entienden como cosas distintas (Figura 2). Concentrándonos en cómo aparece la cuestión de “lo real” en la modernidad, podemos usar como ejemplo la propuesta de Immanuel Kant (1724-1804), quien distingue al “fenómeno” del “noúmeno” o “cosa en sí”. Kant considera que aquello percibido a través de los sentidos como “fenómeno” se encuentra sometido a condiciones subjetivas de la sensibilidad externa e interna. O sea, estaría espacio-temporalmente determinado, tanto por cuestiones sociales como neuro-cognitivas. Esto hace que nunca podamos, según Kant, llegar a conocer a “la cosa en sí” o “lo real”.
Figura 3. Porcentaje de emisiones de dióxido de carbono por hábitos de consumo en función del decil de ingresos. Sólo el 10% de la población más rica genera el 50% de las emisiones globales; y el 50% más pobre genera únicamente el 10% de las emisiones acumuladas totales.
Más acá, Jacques Lacan (1901-1981) también distingue “lo
real” de “la realidad”. Esta última es para Lacan lo que el
sujeto percibe y entiende (o cree entender) de “lo real” (ver Figura 2). Así, la realidad sería equiparable al “sentido común”.
Pero, como sabemos, durante miles de años dicho sentido le indicaba al ser
humano que el Sol era quien giraba en torno a la Tierra, hasta la llegada de la
Revolución Copernicana (iniciada en el siglo XVI) y la
consumación de la primera herida narcisista de la humanidad según Sigmund Freud (1856-1939).
Entrando de lleno en cómo se expresa esta
diferencia de cara a la pandemia del COVID-19, podemos ver las “realidades”,
matrizadas por múltiples temporalidades, que se expresaban antes de la llegada
del virus a los territorios y la puesta en evidencia de “lo real” al fragor de
su paso. Por ejemplo, hasta principios de marzo de este año todo indicaba que
Trump se encaminaba a la reelección como Presidente de la máxima potencia económica,
bélica y cultural de Occidente; gracias a una maquinaria -o dispositivo-
potente, eficiente y omnipresente de asujetamiento bio-psico-político. «Make America Great Again», prometía para llegar al Salón Oval. Grande es hoy la montaña de
cadáveres que están siendo enterrados en fosas comunes en la ciudad de Nueva
York, cuna del sistema financiero-corporativo transnacional que nos llevó hasta
aquí (ver Galaz et al. 2015, 2018), evidenciando las profundas desigualdades
existentes y subyacentes a las luces de la “Gran Manzana” de la isla de
Manhattan, incluso en una ciudad como esa. El coronavirus, entonces, ha corrido
el telón impuesto por el poder real al teatro de operaciones de “lo real”,
ese que se congrega periódicamente en las reuniones del Grupo Bilderberg, la
Sociedad Mont
Pelerin y Davos (tercera “marca”, respecto a las otras
dos). De esta forma, nuestro aliado microscópico develó décadas de profundización
en la inequidad socio-económica, vejaciones a los derechos humanos de todo tipo
como guerras no-metafóricas por hidrocarburos, la extinción masiva de especies,
la degradación irreversible de territorios, y la alteración planetaria del
sistema climático (ver Figura 3), con todo lo que ello implica (ver más abajo),
y podríamos seguir.
Pero entonces, ¿cuál será la realidad? ¿La del
Estado elefantiásico que según la prédica neoliberal hay que poner a dieta,
achicarlo y hacerlo ágil para el “libre mercado” y el “libre comercio” ó el
Estado presente que se hace cargo de la pandemia en muchos países del mundo,
pese a las carencias propias del triunfo global del neoliberalismo en los últimos
casi 50 años? Tristemente la respuesta está en el índice de muertos por cada
millón de habitantes. Hoy el virus pulverizó el telón, dejando ver lo real
subyacente, ¿será por eso que nos mandan masivamente a usar tapabocas? ¿Para
que no gritemos de bronca por recuperar lo que nos pertenece? Algo de esto
estaba pasando, en todo el mundo, justo antes de la llegada del coronavirus a
cada rincón del planeta.
Para recuperar nuestras voces y la capacidad de
agenciamiento colectivo que nos permita transformar “lo real”, resulta
imprescindible entender que ya no podemos seguir utilizando los mapas
conceptuales de una modernidad nunca consumada y decadente; que sigue
intentando dividir a los pueblos del mundo en el plano horizontal entre
izquierda y derecha. Comunismo versus capitalismo liberal. Si nunca
fuimos modernos es justamente porque seguimos viviendo en un sistema feudal
reconfigurado y cada día más evidente, entre otras cosas, gracias a esta
pandemia. Tal como reconoce el joven filósofo italiano Diego Fusaro, el eje que
debemos analizar es vertical, compuesto por los Siervos (el 99% de la población)
y los Señores globalistas neo-feudales (el 1% restante):
“Con el tránsito al capitalismo absoluto
post-1989[1], se ha, en
efecto, verificado una mutación de la geometría espacial de la política. La
vieja dicotomía topográfica, expresiva de la oposición entre derecha e
izquierda se ha agotado; en su lugar, la ha sucedido la nueva síntesis entre lo
bajo y lo alto, entre Siervo nacional-popular (el precariado[2]) y Señor mundialista
(aristocracia financiera).” (Fusaro 2019, p. 116).
Hoy vemos cómo este orden neo-feudal compuesto
por el monoteísmo global financiero, cuya representación terrenal se da
a través de los todopoderosos-mercados y sus templos (las bolsas de valores);
sus Reyes y demás Señores neo-feudales, los cuales tienen como máxima ambición
-¿medieval?- alcanzar los paraísos (fiscales), quedan expuestos y desnudos ante
la
cruel pedagogía del coronavirus. Dueños y señores de todo “lo
real” parecieran estar siguiendo la historia del cuento
infantil de Hans Christian Andersen titulado “El traje nuevo del Emperador”
(1837), también conocido como “El Rey Desnudo”. Un espejo mágico (el virus auto-coronado) que en su reflejo desnuda lo real de la realeza.
Codicia, soberbia y despotismo.
Pero es necesario entender aquí la relación directa
entre todas las atrocidades producidas por la codicia de los Señores
neo-feudales -o aristocracia financiera- y la emergencia de las cada vez más
frecuentes, contagiosas y letales enfermedades zoonóticas (aquellas
propias de los animales que se transmiten de algún
modo a los humanos). La bibliografía científica viene dando cuenta hace muchos
años de esta situación, alertando sobre la necesidad de cambios profundos para
detener la aparición de este tipo de enfermedades (ver e.g., Cheng et al.
2007).
Existen seis causas principales que explican las zoonósis como la del COVID-19, a saber: 1) el tráfico ilegal de fauna a escala global aumentó los
contactos entre animales silvestres “exóticos” y las poblaciones humanas que,
de otra manera, nunca hubieran ocurrido; 2) la degradación de
los ecosistemas naturales ha hecho que los animales silvestres tengan cada vez
menos hábitat donde vivir, empujándolos hacia
ecosistemas intensamente transformados como las fronteras agropecuarias y zonas
urbanas, potenciando el contacto entre animales y humanos; 3) la extinción de
especies silvestres, producto en gran parte de la destrucción de hábitats, la caza y el tráfico de fauna, ha
simplificado las redes alimentarias y reducido las relaciones entre especies
que naturalmente controlan el tamaño de las poblaciones animales de vectores de
enfermedades y hacen de “corta-fuegos” en
la transmisión de estas enfermedades zoonóticas; 4)
los sistemas intensivos de producción de alimentos derivados de animales, como
los feedlots (principalmente de carne vacuna y porcina) y demás centros
industriales de producción de e.g., pollos, pavos, y peces, han generado
verdaderos “caldos de cultivos” de nuevos patógenos resistentes a fármacos,
potenciando la posibilidad de la migración a humanos; 5) el cambio climático global,
resultante mayormente del uso indiscriminado
de combustibles fósiles y la destrucción de
ecosistemas, ha aumentado la temperatura en todo el planeta, haciendo que
especies típicamente tropicales ahora encuentren un hábitat
apropiado en las regiones templadas, las más pobladas del mundo; y 6)
la urbanización y la globalización han generado que las personas vivan en
grandes concentraciones y desplieguen una gran movilidad a escala planetaria,
combinación que favorece la rápida propagación de
enfermedades infecciosas. Como vemos, todo está interrelacionado a niveles
insospechados, no evidenciados en las “realidades” que nos muestran los grandes
medios masivos de (des)información.
Cuarentena global: La
gran paradoja zoológica
La respuesta que todos los Estados nación implementaron -más tarde o más temprano, total o parcialmente- para intentar frenar el avance del Imperio del Coronavirus redundó en una cuarentena global[3]. Mientras no exista vacuna ni fármacos para “combatir” al virus, deberemos permanecer mayormente encerrados, igual que como se enfrentaba a las pestes medievales. Esto generó una “paradoja zoológica”, donde ahora los animales de todo el mundo “recuperan” sus territorios otrora arrebatados por los zombies que hoy deberán permanecer en cautiverio y tras las “rejas”. La contaminación del aire y las aguas disminuyó en las grande urbes superpobladas y una ola de romanticismo naturalista invadió las redes sociales, lugar-en-el-mundo de la sociedad zombie. Lamento romper ilusiones, pero las múltiples “realidades” que nos mostraron sobre carismáticos animalitos utilizando zonas urbanizadas no son más que raptos efímeros, situaciones aisladas sin ningún efecto ecológico real. Droga para zombies. Lo único real es que las corporaciones y sus Señores neo-feudales aprovecharon la “parálisis” del cautiverio masivo -y con ella la disminución en los controles estatales- para profundizar su capacidad extractivista sobre los territorios. Para muestras basta ver lo que está sucediendo en el Mar Argentino y en los bosques del Amazonas, dos de las regiones del planeta más intensamente explotadas en la actualidad. El punto central que desnuda la paradoja zoológica -o la inversión del cautiverio- es que nos sigue proponiendo una separación entre naturaleza y sociedad propia de la modernidad. Justo sobre esta dicotomía es en donde se apalancó la exfoliación sin escrúpulos de la naturaleza desde la primera Revolución Industrial (iniciada en el sigo XVIII) para acá. Una parte central de la construcción colectiva de los nuevos mundos posibles para la post-pandemia será el entendimiento ampliado de la inexistencia de dicha separación. Como prueba irrefutable de ello están los seis puntos explicitados más arriba, donde mostramos las múltiples relaciones entre la naturaleza, nuestros modos de vida y producción, y el desarrollo de pandemias como la actual. Agredir a la naturaleza es agredirnos a nosotros.
Figura 4. Sobre “lo real”, la filosofía (metafísica) y la ciencia neo-positivista pescando sus “realidades” disciplinares en un balde.
Pero como veremos más abajo, toda crisis
representa oportunidades, y los tiburones de Wall Street lo saben mejor
que nadie. Ante la evidencia de “lo real”, una vez más el poder
concentrado busca una salida de realidad única: la virtual.
En cuestión de horas, las distopías que veníamos viendo en series como Black
Mirror, y que nos parecían ciertamente algo lejanas, se consuman:
incorporación planetaria y masiva de la humanidad a la realidad virtual.
Las grandes ganadoras de la paradoja zoológica
son las corporaciones tecnológicas conocidas
como el grupo GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), al que habría que agregar, sin dudas, a Microsoft (GAFAM). La curva de crecimiento de estas grandes corporaciones GAFAM venía achatándose,
mucho antes de que el mundo entero se propusiera achatar la curva de contagios
del COVID-19. Pero el virus imperial fue capaz de forzar el cautiverio humano a escala global, potenciando aún más la
digitalización de su existencia. Gracias a esto, las grandes empresas
tecnológicas vieron crecer el valor de sus acciones de
forma conjunta en unos 750 mil millones de dólares desde la última
semana de marzo a fines de abril. Tal como sostiene el escritor, docente y periodista Esteban
Magnani: “Si alguien hubiera querido diseñar un mundo perfecto para estas
empresas no habría encontrado algo
mejor que un virus global capaz de forzar el encierro de todo el planeta y
aumentar aún más la digitalización de sus vidas. Educación,
trabajo, ocio, consumos culturales, apoyo psicológico, cursos, actividad física, sexo y todo lo demás pasó a requerir un soporte virtual para seguir ocurriendo”. Sin dar lugar a segundas intenciones ni miradas conspirativistas
sobre lo ocurrido, es innegable que el proyecto de digitalización de la
sociedad ha recibido con esto un envión inconmensurable.
Una salida posible: habitar la excepción²
Uno de los economistas del sigo XX más
influyentes y que más hicieron por volver hegemónico al neoliberalismo a nivel
planetario fue Milton Friedman, quien en el prefacio de la edición de 1982 de
su clásico libro -y bestseller– “Capitalismo y libertad” sostenía:
“Sólo
una crisis -real o percibida- da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis
tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan
en el ambiente. Creo que ésa ha de ser
nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente
inevitable”. Friedman (1982
[1962], p.
ix.).
Este economista de la Escuela de Chicago fue
quien articuló el núcleo
táctico-teórico del capitalismo contemporáneo
al que Naomi Klein describió como “doctrina
del shock”
en su fantástico libro (Klein 2007). Friedman tenía muy claro que las crisis dejan “tablas
rasas” donde se puede aprovechar para insertar nuevos paradigmas, nuevas
hermenéuticas, y así probaron en Chile en
1973. Sólo en este sentido -golpe de Estado y asesinato a Salvador Allende mediante-, Friedman tenía razón.
Las crisis son oportunidades. Y justamente por esto es que hace
casi 50 años que vivimos en un estado de crisis o excepción permanente.
Así y sólo así se generan las nuevas oportunidades, pero no de cambio social
positivo sino de negocios, que son capitalizadas por los Señores neo-feudales.
Y así fue: producto de la pandemia y sólo en un día los 8 hombres (sí,
son todos hombres) más ricos de los Estados Unidos ganaron 6.200 millones de dólares, mientras se
perdieron 33 millones de puestos de trabajo, tal como expresó Warren Gunnels, Director de Personal del Senador Bernie Sanders,
quien hasta hace poco competía por la presidencia
en dicho país.
Pero esta excepcional
excepción que enfrentamos (o excepción²), producto de la
intromisión imperial del SARS-CoV-2, tiene que ser una oportunidad para transformar de una vez y para siempre el curso de la historia. Para ello es
necesario, entre otras cosas, transcender el paradigma del crecimiento económico sostenido como expresión de desarrollo o progreso. Todos los que
sostengan que necesitamos del crecimiento económico para salvar
vidas, redistribuir la riqueza o para progresar en
general, no sólo están faltando a la verdad sino que tienen que entender que,
por ejemplo, el crecimiento económico explica menos
del 30% de las mejoras mundiales en la esperanza de vida entre 1971 y 2014 (ver
Steinberger et al. 2020). Para avanzar en este sentido necesitamos que todas
las disciplinas del conocimiento, junto a los saberes sojuzgados y acallados de
la historia, como los tradicionales, campesinos, locales e indígenas,
co-produzcan esquemas alternativos de estar-en-el-mundo, con énfasis en lo local-regional.
Por último, para intentar pensar colectivamente
una salida posible, tomaré prestadas algunas herramientas de uno de mis filósofos contemporáneos
favoritos, Amador Fernández Savater. Lo que los Estados nación pueden hacer, y
en el mejor de los casos están haciendo, es gestionar la excepción²,
tomando las medidas necesarias para intentar contener, lo mejor posible, los daños
socio-económicos generados por la pandemia. Haciéndose cargo de las vidas y de
la economía a la vez. ¿O vamos a aceptar otra falsa dicotomía moderna? Pero la
salida está en ¿gestionar o en transformar? Se puede gestionar
para buscar, por todos los medios conocidos, “volver a la normalidad”
(ver Figura 5). Visto así, lo que nos sucede es es un hecho aislado,
ahistórico, y se lo puede neutralizar con, por ejemplo, una vacuna. Entonces,
las respuestas a la crisis dentro de la crisis permanente -o excepción²-
se dan en el mismo marco de lo ya existente. La gestión es un bucle, ya que oculta y silencia las preguntas
transformadoras sobre las causas y las condiciones de los desastres y así los
reproduce, preparando de tal modo nuevos episodios desastrosos.
Figura 5. Edificio de Santiago de Chile durante las masivas manifestaciones contra casi 50 años de neoliberalismo, desarrolladas hasta la llegada de la pandemia.
Transformar significa habitar la excepción². Permitir el ingreso de nuevos juegos de preguntas y respuestas, nuevas formas de pensar y actuar, nuevas lógicas para sentir-pensar-hacer sobre los problemas vinculados a la crisis existencial multidimensional de nuestra civilización (e.g., socio-económica, ecológico-climática, migratoria, afectivo-relacional, feminicida, etc.) desde otra hermenéutica. Una hermenéutica distinta, para respuestas distintas. ¿Cómo? Poblando las situaciones de pueblo, de nuestras preguntas, nuestros pensamientos, nuestras necesidades, nuestros deseos, nuestros saberes, nuestras redes de afecto. Habitar es estar presentes, salir por un rato de las pantallas. No ser sólo espectadores, consumidores o víctimas de las decisiones de los demás. Por el contrario, es sentir-pensar y crear a partir de lo que (nos) pasa, darle valor, compartirlo, tejer con ello nuevos mundos posibles. Vida y militancia. Organización. La cronología eficientista y mercantilista neoliberal nos aseguraba que no podíamos parar, que había que seguir. No hay alternativa, nos decían. Y gracias al Rey SARS-CoV-2 el mundo -ése mundo- se detuvo.
Hoy más que nunca la frase del gran dramaturgo irlandés Bernard Shaw (1856-1950), “la política se hace ó se padece”, debe materializarse en el cuerpo social. Ya que no hay normalidad a la que volver, ni nueva por crear. Porque en la normalidad se hallaba el problema.
Referencias
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Fusaro, D. (2019) El Contragolpe.
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Steinberger, J. K., Lamb, W. F., Sakai, M. (2020) Your
money or your life? The carbon-development paradox. Environmental Research
Letters. 15:044016.
[1]Nota del Autor: Año de la caída del
Muro de Berlín.
[2]Fusaro se refiere a la plebe
precarizada compuesta por la reabsorción del antiguo proletariado y la vieja
burguesía. Para ampliar sobre el concepto de “precariado” ver Standing (2011).
[3]Está claro, por lo expresado en el
primer aparato de este trabajo, que las recomendaciones de la OMS para forzar
el encierro de la humanidad en sus respectivos hogares está pensada y sólo se
puede aplicar desde las clases medias a altas. Siendo muy importante la población
a nivel planetario que no podría ni aunque quisiera cumplir con dichas
recomendaciones.
Aquí estamos, en la realidad PC (Post Corona). Me asombro que, de un momento a otro, podamos habitar otra dimensión espaciotiempo. Primera vez que vivo semejante experiencia. El día es espléndido, el aire transparente, el cerezo en flor. Pero todo está raro, flota un ambiente de fin del mundo, una sensación de angustia se va derramando. Con algunos años a cuesta y asmático, estoy entre los blancos preferidos del virus. Desde el primer día de confinamiento comencé estos poemas de la cuarentena. En principio, estaban dirigidos a amistades de la ACAF (Asamblea de Ciudadanos Argentinos en Francia). Luego fui ampliando los envíos. Si algo puede hacer el poeta es dejar un testimonio de su época. Cada día doy cuenta de “algo” que me impactó, y busco algún poema relacionado a ese “algo”. Espero llegar hasta el fin de la cuarentena.