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Enfoques y aportes de ética convivencial

Por Carlos María Romero Rosa para Diario La Prensa (01/01/2023)

OBRAS ESCLARECEDORAS DE SARA SHAW DE CRITTO Y LUCIA SOLIS TOLOSA

La ética ha acompañado el trajinar del pensamiento occidental desde que Sócrates lanzó en Atenas la pregunta moral. Aunque antes dieron cuenta de parecida inquietud algunos poetas griegos, como Hesíodo al denunciar en Los trabajos y los días la injusticia de la que fue víctima a manos de los «jueces venales devoradores de presentes». O Simónides en el siglo IV a. C., con su definición de lo justo en tanto devolución de lo debido, génesis del concepto escolástico de la «restitutio» como requisito en la justicia conmutativa.

Visto en perspectiva histórica la filosofía moral avanzó en forma paralela al devenir de las escuelas y los sistemas de pensamiento; si es que no orientó ese itinerario como ocurrió al responder al interrogante por el «¿qué debo hacer?», con la kantiana impronta de realizar las acciones por autónoma buena voluntad, erigida la moralidad en el único absoluto al alcance del entendimiento humano.

Ya ensalzada en la apreciación de los antiguos estoicos, ya diluyéndose en la sociología de filiación positivista hasta manifestarse después en el sociologismo moral de Durkheim, la ética goza al presente de buena salud y también dan cuenta de su robustez varios estudios en la materia, últimamente editados en el país. Justamente aquí donde el filósofo Ricardo Maliandi ha sido referente principal en las temáticas axiológicas, bioéticas y de la ética discursiva y convergente, así como otro tanto cabe decir del dominico Fray Domingo Basso, un tomista especializado en la bioética y activo promotor de su estudio interdisciplinario durante su rectorado en la Pontificia Universidad Católica Argentina.

Bastan dos títulos para muestra de esa vigencia. Uno es Consistencia en el pensar, en el querer y en el actuar de Sara Shaw de Critto (Ediciones Ciccus, 2020), ensayo de filosofía práctica situado en las antípodas tanto del escepticismo cuanto del fundamentalismo. Su lectura aporta elementos para reconstruir firmezas en los espíritus azotados por la naturaleza «light» de estos tiempos de pensamiento débil al decir de Gianni Váttimo y de pensamiento líquido en la caracterización Zygmunt Bauman. Sin olvidar que ya el mismísimo Carlos Marx denunció en 1848 que en la modernidad capitalista que «profana lo sagrado», «todo lo sólido se disuelve en el aire.»

Igualmente otro libro aparecido en el año 2022 publicado por la editora Los Tarcos, viene a inquirir y a la vez a exaltar la dimensión convivencialista de la persona humana, renovando en el siglo XXI y con proyección a futuro, ciertos tópicos, respuestas y posibilidades para reafirmar aquí y ahora aquella ética política, social y económica que en su momento y con sello comunitarista y realista abordó el religioso austríaco Johannes Messner en el XX.

­GLOBALISTAS­

­Se trata de Para una ética de la convivencia de Lucía Solís Tolosa, licenciada en filosofía, Magíster en Ética y docente de notoria actividad académica en el medio salteño de donde es oriunda y reside. Su prologuista, la doctora Diana Cohen Agrest, destaca que publicar hoy un libro sobre ética es como lanzar una botella al mar, sin saber quiénes han de ser sus destinatarios. Es de descontar que sobre todo abrevarán en sus páginas aquellos estudiosos interesados tanto en la materia propiamente dicha cuanto en la ciencia política.

Lo cierto es que el libro de la Mg. Solís Tolosa enuncia y propone nuevos vasos comunicantes entre ambas disciplinas, las que en algún momento de la historia tomaron rumbos diferentes y hasta antitéticos debido a las enseñanzas que Nicolás Maquiavelo dedicó al príncipe Lorenzo de Medici, en texto bien leído después por Napoleón y por Mussolini que escribió en 1924 un Preludio al Machiavelli.

La autora comienza la obra advirtiendo el significado de esta segunda revolución urbana de la que dan cuenta las estadísticas que estiman el nivel de las migraciones del campo a las ciudades, con el resultado de la concentración poblacional en inhabitables megalópolis donde el medio ambiente está deteriorado, hay insalvables carencias habitacionales y la inseguridad delictiva acecha a la vuelta de las esquinas.

Es en ese marco donde los conflictos y las desigualdades se vuelven más palpables y los lineamientos de las bienintencionadas declaraciones de Derechos Humanos, pueden hacer agua frente a realidades de difícil resolución. Al respecto es notoria la escasa atención al problema sobre las condiciones infrahumanas de vida ciudadana por parte de los poderes internacionales, más allá de declaraciones. Organismos como el FMI y el Banco Mundial suelen digitar políticas económicas con ganadores y perdedores, desafiando las soberanías de los Estados en vías de desarrollo y marcando líneas con un eficientista y ajustador relato, por darle al contenido del término el sentido con el que lo trabajó Jean-François Lyotard. Es decir un relato promovido desde el unilateralismo, atomizado en posmodernas voracidades, avaricias, indiferencias e insolidaridades con el dolor humano.

Como nada queda librado al azar para esas supremacías trasnacionales, cuando las situaciones sociales empeoran y amenazan el «statu quo» de alguna periferia, el globalismo saca de la manga cartas ganadoras y aparecen así los envenenados «antisistema», predicadores laicos -o no tanto- de mensajes discriminadores, clasistas y racistas. Con esos efímeros héroes de nuestro tiempo se pretende hacer creer, merced al domino científico de las propagandas, que en la vociferación está el cambio en esencia gatopardista.

­PATRIMONIO­

­Oportuna por eso es la cita en el libro de referencia de Edgar Morin: «Hay que conservar el patrimonio humano del pasado porque contiene los gérmenes del futuro; hay que revolucionar el mundo para conservarlo». Digamos en otras palabras y valga parafrasear al filósofo y sociólogo francés que inquirió en los vericuetos de la industria cultural, que estará a salvo el patrimonio moral de la humanidad de ser rescatado del dominio y la manipulación de tantos otros factores propiamente materiales y materialistas que pretenden anularlo y desvirtuarlo.

La comunidad no es una utopía sino el logro posible fruto de una responsable tarea colectiva y un ámbito en el que deben residir los valores espirituales de la mejor tradición. Y como allí se afirmará el horizonte del bien común, la comunidad representa un paso más de la mera sociedad en tanto conjunto de individuos. Sobre todo en los momentos actuales cuando las migraciones a las urbes en procura de alimento y de un mínimo de seguridad, no alcanzan a fraguar en sus azarosos y siempre precarios destinos, en aquel «plebiscito cotidiano» conformador de una Nación del que habló Renán y más cerca Ferdinand Tönnies, con su enfoque de la «voluntad racional» como palanca de la integración social. Lucía Solís Tolosa analiza en extenso el enfoque del sociólogo alemán de Comunidad y asociación, para inferir de él lo concerniente al sentido de la convivencia con sus requisitos de fraternidad, solidaridad, tolerancia en su grado superior de comprensión entre los sujetos humanos, con el presupuesto de la aceptación de las diferencias y siempre de la apertura espiritual al perdón.

Entiende claramente la autora que los Derechos Humanos deben elevarse desde la protección de derechos individuales hasta alcanzar una dimensión comunitaria, sin por eso negar ni menoscabar la dignidad de cada persona humana, tantas veces colectivizada. En palabras suyas: «La fraternidad que reclama Morin es una exigencia moral. La solidaridad es crucial en todos los niveles sociales. No es necesario renegar radicalmente del individualismo, sino de practicarlo con virtudes. (…) Nuestra ética de la convivencia surge de estos reclamos y de estas propuestas.»

­MARITAIN­

­Lo dicho halla fundamento en que si los Derechos Humanos en tanto logro inalienable de la humanidad, tienen raíces iluministas, racionalistas, y apuntan por naturaleza a un individualismo a la defensiva del poder despótico, la segunda, la tercera y hasta la cuarta generación de los Derechos Humanos reconocidos en el siglo XX y cada vez mejor expresados y más afianzados en la actual centuria, están inscriptos en la dimensión precisamente convivencial de la persona humana. En forma irreversible se va poniendo en manos de los poderes públicos la responsabilidad de extender estos nuevos alcances y garantías de la justicia distributiva, ya no sólo a nivel de reparto material en los Estados de Bienestar surgidos en la Europa Occidental, después de la Segunda Guerra Mundial, sino incorporando derechos de los ciudadanos y habitantes tales como el de acceder a la información veraz sin ser manipulados por las «fake news» de las redes sociales y los medios concentrados.

Al hablar de «persona humana» con su dignidad sustentada en la ley natural y con la radical autonomía propia de su singularidad de «individua substantia» en la clásica definición de Boecio, ha de tomarse nota de lo afirmado por Solís Tolosa en el sentido de que la inclusión del sintagma en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, descartando los sustantivos «individuo», «ser humano» u «hombre», se debió a la influencia de Jacques Maritain, cuyo pensamiento tanto gravitó sobre el personalismo de Emmanuel Mounier y la fenomenología hermenéutica de Paul Ricoeur y su ética del «vivir con y para el otro».

Con abundante dominio de la bibliografía en la materia, se referencia asimismo Solís Tolosa en el iusfilósofo argentino Carlos Santiago Nino y su neomoralismo patente en el libro Ética y Derechos Humanos, donde éste advierte, quitando argumentos al iuspositivismo, que esos derechos son morales antes que jurídicos.

Asimismo de la personalidad humana abierta y dialogante en el Yo-Tu buberiano, en cambio de encerrada en la unidimensionalidad mercantilista del liberalismo y el neoliberalismo, arriba con naturalidad en otro capítulo a la idea de prójimo (por cierto imposible de trabajarse obviando la parábola del Buen Samaritano del Evangelio de Lucas, 10: 25,37). Y así de la projimidad deduce la autora lo atinente a la ética de la hospitalidad, con las implicancias religiosas que da al obrar hospitalario Romano Guardini.

Nada más ajeno a esa acción humanitaria que los muros y los alambres de púa en las fronteras de los países ricos para detener el flujo de los desterrados y los migrantes condenados por el hambre, las persecuciones y las guerras. Aquí se hace un alto en el libro para deconstruir con Derrida los conceptos de «extranjero», «confianza» y «desconfianza» y meditar con Emmanuel Lévinas en la «sabiduría del amor».

­TRASCENDENCIA­

­Para una ética de la convivencia viene a traer nuevos aires al pensamiento ético argentino y al hispanoamericano lleno de surcos en la materia, abiertos con variadas irradiaciones continentales y distintas perspectivas por los positivistas argentinos José IngenierosAgustín Alvarez de La creación del mundo moral y el krausista correntino J. Alfredo Ferreira; o por el uruguayo Carlos Vaz Ferreira y el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, estos últimos también de filiación positivista. Otros como el mejicano Antonio Caso, antiguo porfiriano como su amigo José Vasconcelos, se reveló pronto crítico del positivismo y asumió un moralismo cristiano afín con un caritativismo de profundidad existencial; en tanto su compatriota Leopoldo Zea propugnó un antiimperialismo con fundamento ético.

Sin desconocer icónicas influencias, el trabajo de Lucía Solís Tolosa se sustenta en una antropología no de inmanencia sino de trascendencia. Otro mérito es su contacto, sin necesariamente convertirse en apego, con las dinámicas realidades actuales en nuestro periférico Sur, de cara al contexto mundial. Todo ello además de describirse y razonarse, se valora con criterio y se trasmite pedagógicamente. Ya el intelectualismo ético de Sócrates tenía por divisa que la virtud -areté- es didáctica.

Las abundantes citas del libro no hacen más que avalar muchas de las intuiciones previas de la analista. Tampoco abruma la erudición que trasuntan los capítulos fruto de lecturas siempre de primera mano, como que no por casualidad Lucía Solís Tolosa es codirectora de la Biblioteca Privada José Armando Caro, una de las más ricas del Noroeste argentino generada por su esposo el periodista, historiador y miembro de la Academia Nacional de la Historia, Gregorio Caro Figueroa, con quien ella ha colaborado en la elaboración de varios volúmenes de carácter histórico.

La «Biblioteca José Armando Caro», que lleva su nombre por el político justicialista y Senador Nacional fallecido en 1985, está situada en Cerrillos (Salta) y se halla abierta al público con lo que viene a prestar un invalorable servicio a los estudiosos y a la comunidad toda.

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