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PASO, violencia ¿y después qué?

Por Omar Zanarini

Tras las PASO, el panorama político dejó en evidencia un horizonte en el que, paradójicamente, la violencia política emerge como un reemplazo de la democracia. Y es que las dos fuerzas opositoras a Unión por la Patria –Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza – sumaron más del 60% de los votos, sobre la base de una plataforma electoral que promete, no solo un mayor ajuste de la economía y la quita de derechos sociales y laborales, sino también que explicita la persecución, el encarcelamiento y la eliminación física de todos aquellos que abreven en el peronismo/kirchnerismo. Un mensaje construido minuciosamente en torno al Lawfare que, con la complicidad y el fomento de los grandes medios, logró en ocho años generar el peligroso consenso que, hoy naturaliza como inocentes expresiones populares, la violencia política.

En un entorno político cada vez más polarizado, los llamados discursos de odio han logrado instalarse como herramientas para  moldear la percepción pública y dirigir la acción política de vastos sectores de la sociedad. Y es que mediante el establecimiento de coordenadas que tienen como punto de partida la intolerancia, la individualidad y el resentimiento, instalaron en lo sensible a representantes de la más rancia oligarquía y de los sectores antinacionales que no tienen tabú para vanagloriar la violencia política capitalizando el hartazgo de quienes se sienten defraudados de la política.

Lo novedoso, si es que se puede plantear de ese modo, es que han logrado establecer una hegemonía sobre la interpretación de los hechos de  nuestra historia reciente, cuestionando abiertamente a las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, negando a los desaparecidos o bien transfigurando en el imaginario social los 12 años de kirchnerismo.

Se podría decir que las máximas de Goebbles fueron bien implementadas como estrategia a fin de llevar adelante una campaña de guerra contra el peronismo/kirchnerismo. Si partimos de la idea de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” y vemos las operaciones de acción psicológica que fueron orquestadas en la persecución de Cristina Fernández de Kirchner y sus funcionarios a fin de moldear las percepciones e instalar una agenda sobre la base de una mentira. Basta nombrar las causas de “hotesur” o de los “cuadernos”, que se cae en cuenta que todo termina siendo una puesta en escena dentro de la estrategia del Lawfare.

Desde las escuelas de propaganda se enseña que la misma, para ser efectiva, deber ser popular, pensado para el último de la fila; en tanto «cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeños han de ser los esfuerzos mental a realizar». En un lenguaje simple y directo, todo el mensaje de poder coagular un sentido.

Las percepción de la violencia depende de diversas creencias en torno a las concepciones que poseemos sobre el bien, el mal, lo justo y lo injusto; y la experiencia individual que tenemos de éstas dependen de factores materiales que hacen a nuestro status. Cuando la violencia es representada desde la política y puesta en las portadas como marquesinas de la realidad, lo que está en juego es la representación colectiva de aquello que era nuestra experiencia individual. El efecto de verdad del discurso violento de Milei y Bullrich, es que logran colocarse en el mismo plano de la experiencia individual, sin necesidad de hablar desde la empatía, sino por el contrario, hablarle al electorado desde el mismo lugar del hartazgo.

Si uno mira en perspectiva, a casi un año del intento de magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner, verá que la los discursos de odio ya dieron lugar extremo a la violencia política, y es que han logrado fortalecer el grado cero desde donde plantar la idea de amigo/enemigo.

Y esto no es una casualidad, sino el resultado de proceso meticulosamente construido a través de la persecución política, judicial y la puesta en circulación de miles de tapas del diario Clarin y La Nación, mediante las editoriales de los cagatintas multimillonarios que alquilan su pluma para contribuir a los esfuerzos de guerra que libran contra el pueblo argentino.

Cada uno opera como engranaje de la maquinaria que se monta al servicio la violencia política. Pero vale decir que estos discursos no harán en el vacío, sino que parten de una interpretación de la realidad que tiene como base común los desaciertos del gobierno de Alberto Fernández, siendo esto una caldo de cultivo que se sirve de los prejuicios preexistentes para excitar a través de la propaganda la rabia y el miedo de una sociedad que parece destinada a servir solamente los designios del FMI. Con una atmósfera así, cargada de rabia y sin un horizonte político claro, la frustración agudiza la bronca, un caldo de cultivo que enamora a la violencia.

La sensación de unanimidad construida desde la rabia es una oficia como elemento fundamental para justificar actos extremos. Así, la violencia instalada cómo horizonte simbólico naturaliza un paisaje donde el componente esperable solo puede ser la de la eliminación del otro. Y esto también se vio en las urnas.

Con la violencia instalada como parte de un horizonte político, con un sentido común hegemonizado desde posiciones que abreva por una Argentina colonial y dependiente, el clima político se enrarece a medida que los tabúes sociales que condenan la violencia se caen. Ahora, así pensada la cosa ¿Qué podemos esperar de un gobierno de Milei o de Bullrich? Un interrogante que parece responderse sólo a la luz de la historia, ante la cual el único que pierde es el pueblo.

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