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Escenario global de la post-Pandemia: ¿el “Pueblo Mundo” de Alberdi?

Alberdi Ciccus

Por Fabián Lavallén Ranea

Hace más de quince años, iniciamos con unos amigos una humilde publicación, un pequeño suplemento de política, en el interior de una revista más amplia, la cual  decidimos titular: “Pueblo Mundo: notas de política y cultura”. El nombre era un homenaje a Juan Bautista Alberdi, quien había creado ese concepto para referirse a una hipotética sociedad internacional, que podría consolidarse en el futuro, si triunfaran las fuerzas tendientes a construir una unión fraternal de carácter global.

En dicho “Pueblo Mundo”, para el tucumano, la Guerra sería un crimen, y el respeto por la vida del hombre y el género humano, el más alto término de la civilización política. A partir de ese escenario, Alberdi pensó en la construcción de un derecho internacional solidario, la problematización de la soberanía absoluta de los estados, el sistema americano, la condena y abolición de los conflictos, etc.

Figura central de la Generación del ´37, Alberdi representa cabalmente el espíritu de esa generación que buscó pensar, analizar y estudiar la realidad social argentina y mundial, observando las formas de institucionalizar un orden político democrático, en contextos de guerras, tiranías, conflictos civiles y violencia. Sus estudios abarcan temáticas vinculadas a la filosofía política, la ética, la historia, el derecho constitucional, la diplomacia, hasta las corrientes económicas de su tiempo. Poseía un pensamiento complejo y amplio, que dialogaba con el exilio, desde los márgenes del poder, y también desde la ausencia. Ideario, pensamiento, pero por sobre todo “diagnosis político-social” pensada para proyectar soluciones a los grandes problemas de su tiempo, se complementó en Alberdi con trabajos de clara raíz prospectiva.

En el “Pueblo Mundo” de Alberdi, el núcleo de su argumentación estaba cifrado en poder quebrar “los aislamientos” que impiden el devenir de la unidad humana, observando que los intereses y necesidades de la civilización en su conjunto, nos obligan a afrontar los problemas comunes, desde soluciones y propuestas también comunes. Así se alcanzaría una verdadera “comunidad internacional”, con fuerzas permanentes que trabajen en su organización y fortalecimiento, en función de un estado global, muy complejo y vasto, como la propia humanidad. Una especie de “confederación de miembros iguales”, con igualdad jurídica, una confederación del género humano, donde la pasión y el egoísmo nacionales darían lugar a la unidad necesaria para los tiempos de crisis y guerras.

Para el gran constitucionalista argentino, todo este cuadro no era sólo una figura poética y simbólica, sino que, como “hecho natural”, debían observarse a las naciones como partes de un todo orgánico, embrionario, en formación, aún no definido, pero inexorablemente en gestación, por imperio de la propia ley evolutiva. Para Alberdi, el hombre debía perseguir el bien impersonal, para poder trascender al individuo “en un orden universal”, absoluto, de la misma manera que trascendemos nuestra esfera individual al vivir en comunidades, ciudades y pueblos, donde no perdemos la independencia por respaldar una escala global.

Todas estas ideas, concentradas y suntuosas, parecen apotegmas de una pedagogía apartada de la praxis, una teoría lejana del campo político. Pero recordemos las palabras  de Canal Feijó, uno de los máximos estudiosos del pensamiento alberdiano, quien apuntaba que “en ningún otro pensador americano, habría acertado como él, en colocar la idea tan cerca de la acción.”

En momentos como los actuales, cuando vemos que diversas naciones del mundo  -incluso algunas de las más desarrolladas-  respondieron a la pandemia del Covid-19 de manera poco coordinada, en muchos casos de manera aislada y egoísta, es buenos repasar las palabras de Alberdi, sus ideas y propuestas.

Más aún, cuando el escenario que veamos luego de esta crisis global, nos obligue a dar respuestas comunes, a una amenaza que, ya sea por el miedo o por la angustia que nos provoca, al menos por un tiempo, nos hace sentir miembros de la misma comunidad, conciudadanos del mismo Pueblo.    

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